10.7.14

Policía(s): ¡Arriba las manos!

(Texto y fotografías: Laura Muñoz)


Convocados a rueda de prensa, como cada mañana, arrancamos el día 4 de la Semana Negra. Más autores que presentan sus novedades, mesas redondas en torno al género y debates, la noria, conciertos playero. La trastienda. Un sol tímido que aparece y se cuela pero pronto se va. El puerto deportivo que acompaña el paseo hacia los terrenos del antiguo astillero naval de Gijón. Radio, entrevistas. Fotos. Fotos. Fotos.
Mejor empezar por el principio porque el vértigo de tanta actividad ahoga. Un poco. 

Rusia 1933-Barcelona 2002

Víctor del Árbol se sienta ante los medios convocados. Entre los dos, un ejemplar de Un millón de gotas. El autor catalán es el mayor de seis hermanos. Dedicó muchas de sus horas de infancia y adolescencia a leer, cuando su madre lo dejaba en la biblioteca para ir a trabajar cada tarde. Víctor del Árbol es escritor de nacimiento. Lector de "profesión". Instruido en el sufrimiento humano que utiliza para desarrollar sus personajes y tramas, muy al límite de lo ínfimo de los sentimientos y sensaciones de una persona.

"Si hablo de la desesperación es porque la he vivido, si escribo de la pena es porque la he sentido, si hablo de la lealtad es porque la he visto".
Ser mosso d´esquadra durante veinte años le ha permitido estar cerca del lado más humano de las personas, transmitiéndolo de forma directa a sus personajes. Con poco filtro y mucha severidad.
Que Víctor del Árbol haya utilizado el tema de la mafia rusa en su última novela no es casualidad, ya que la suya no es una literatura intuitiva. No es ninguna novedad decir que gran parte de la burbuja inmobiliaria se ha alimentado de inversores extranjeros y, sobre todo, rusos. Esto ha ocurrido porque durante muchos años nadie se ha cuestionado de dónde salía el dinero, a nadie le interesaba saber cómo eran capaces de adquirir inmensas mansiones ni por qué empezaron a proliferar negocios regentados por rusos. Durante mucho tiempo, la legislación española ha vuelto la cara a algo que todos sabíamos que estaba pasando, pero gracias a esta  ampolla rota muchos de los casos de corrupción y blanqueo y trata han salido a la luz. La escalofriante cifra de ciento cuarenta es el número de menores desaparecidos en España el año pasado. Preguntarse qué ha pasado con ellos y dónde están representa casi una obligación para del Árbol. Y eso ha querido hacer. Optó por este argumento porque "me hace gracia el cinismo de la sociedad", dice irónicamente. En el momento que el flujo se corta, como ocurrió al romperse la herida que contenía el suero podrido de una sociedad más infecta todavía, la gente se pregunta de dónde sale el dinero. Esta corrupción tan torpe que se muestra a primera vista es descubierta una vez salta la liebre: tráfico de drogas o armas y la incomprensible prostitución infantil. Es como una enfermedad de las malas, degenerativa y terminal: uno nunca cree que le puede pasar porque "mientras ocurre fuera de casa, al otro lado de la frontera, no pasa nada". Pero estamos en España y sí, hay corrupción. Mucha. Muchísima. Se trata con cuerpos de mujeres y niños. Se compran y venden órganos. Hay organizaciones que vuelven el billete blanco.Quiere contarlo. Así, Víctor ha descuartizado las razones del ser humano para saber qué le hace llevar a cabo dichos actos que, por educación, sólo tildare de delictivos. A los ojos que no quieren ver. Y la escritura es su medio, el agua donde nada desde 2006.

Un millón de gotas es, en efecto, un texto ficcionado. Por eso asusta, pues "es más realidad que la propia realidad".
Por primera vez ha conocido, asegura el autor, sus límites. La novela es tremendamente desoladora y desesperanzada pero tiene un contrapeso: los sentimientos positivos que, por primera vez, ha sabido plasmar. Y quizás en esta rueda de prensa que ofrece el autor es el momento en que la incógnita del personaje maldito al que nos tiene acostumbrado  asoma: "Soy una persona que se siente cómodo en el dolor".


Round 2

Antes de escritor, Craig Russell trabajó como publicista y formó parte del cuerpo de policía de Hamburgo. ¡Otro! Arriba las manos. El autor, nacido en Escocia, se declara europeista y federalista. Atraído por Hamburgo, Canadá y Glasgow, elige sin dudar estos escenarios para colocar a sus ya conocidos comisarios Jan Fabel y Lennox. Traducido a veintitrés idiomas, este escocés obliga a matar a sus personajes en zonas que le fascinan.
Visita la Semana Negra con su última novedad: Miedo a las aguas oscuras, la sexta entrega de la saga policiaca que protagoniza Jan Fabel en Hamburgo. Situación: Río Elba y cadáveres que salen a la superficie de vez en cuando. Fabel, a priori, sospecha de un asesino en serie que viola a sus víctimas y se deshace de sus cuerpos en las oscuras aguas del río que nace en Bohemia, pero se ve inmerso en una trama mucho más complicada y que protagonizan seres inertes como internet y una secta, ambos manejadas por mentes enfermas y con ansias de poder. Línea ascendente de acción que Russell apenas intercala con momentos de descanso para el lector. Aparte del misterio y la casi desesperación en las investigaciones, Craig denuncia claramente la existencia de organizaciones sectarias que se presentan como la panacea universal y que sus adeptos siguen con extrema fidelidad. 
Si siente un picor que recorre la parte posterior de su cuerpo, tranquilo. Es el síndrome Russell.


Y los ojos. Con la tarde.
















Turno de preguntas. Masivos objetivos.  Alicia que ataca de nuevo.
“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”
Jorge Luis Borges
Vivir en un libro, ¿cuál?

José Luis Correa: En El conde de Montecristo.

Santiago Rocagliolo: Supongo que "Alicia en el país de las maravillas". No me aburriría nunca ahí.

Pablo Sebastiá: Veinte mil leguas de viaje submarino. 

Marcelo Luján: En Cien años de soledad, sin ninguna duda.

Horacio Convertini: Cualquiera en que el héroe conquiste a una rubia bonita, muela a palos al villano, descubra la verdad más ominosa y termine solo, bajo la lluvia, con la sensación de haber perdido de nuevo.

Carlos Zanón: Los tres Mosqueteros

Casimiro Torre González: El abuelo que saltó por la ventana y se largó.

Paco Gómez Escribano: Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda.

Gabriela Cabezón Cámara: La Odisea, creo que haría una buena Palas Atenea.

Valerio Bindi: Io vorrei vivere nel trittico di Hieronymus Bosch Il Giardino delle
Delizie, che sta al Prado. Dici che non è un libro quello?

José Carlos Somoza: "Las mil y una noches", yo de Califa, con Scherezade a mi lado. 

Alberto López Aroca: En alguno que transcurra por lo menos hace quince años, por favor...

Ana Colchero: Alicia.

Paco Roca: La isla del tesoro, de Stevenson.

Elia Barceló: Jamás. Los libros que admiro no son lugares para vivir. Los que estarían más o menos bien para vivir no me gustan como obras literarias.

Alexis Ravelo: El maestro y Margarita. Estando en el bando de los demonios, claro está. Ellos se divierten mucho; los demás las pasan canutas. 

Víctor del Árbol: La Ilíada, defendiendo las murallas de Troya durante el día y bebiendo y amando durante las noches, codo a codo con Héctor. Nunca le vencería el arrogante Aquiles.

Jesús Cañadas: Esa está más clara que el agua: en el próximo que vaya a escribir.

David Llorente: Trenes detenidos en la lluvia.

Miguel Ángel Molfino: "La montaña mágica" de Thomas Mann.

Carlos Salem: Uno de los de Belascoarán de PIT II, y ser ayudante del detective y, si puedo, birlarle a la muchacha de la cola de caballo.

José Luis Muñoz: Teniendo en cuenta que todos los libros que me gustan son dramas, difícil me lo pones. Y en los míos vivo mientras los escribo, porque es la única manera de escribirlos. Quizá “El Satiricón” de Petronio, por su carácter orgiástico y porque no he escrito ninguna novela de romanos. Ser patricio y gozar de todos los placeres tiene su punto.

Javier Diez Carmona: En El Señor de los Anillos. Aunque no sea muy diferente a nuestro mundo (invasiones, guerras, ambición, la corrupción del poder...)  por lo menos hay elfos, enanos, orcos, magos... Todos tenemos nuestra pequeña dosis de frikismo ¿no?

Nerea Riesco: En Tempus. El que lo ha leído entenderá la razón. 

León Arsenal: No es un libro, sino un relato más breve. Días de ocio en el país del Yann, de lord Dunsany. Quienes lo han leído entenderán por qué.

David Yagüe: En El Hobbit. Tolkien sabía de buena vida: buena pitanza, hermosos paisajes y aventuras con la pandilla. Le falta amor y sexo, fundamental, sí, pero ya se sabe, nadie (ni nada) es perfecto.

José G. Cordonié: En Moby Dik como arponero de Nantucket.

Felicidad Martínez Herrero: ¿Solo uno? Preferiría la opción de ir saltando de uno a otro, la verdad.

José Ramón Gómez Cabeza: En los de novela negra, que son los que me gustan no, tendría que ir vigilando continuamente mi espalda, en Cien años de soledad tampoco, aunque es uno de mis preferidos temería por mi integridad, quizás en un libro juvenil, tipo princesa prometida o en la última moda de libros tipo sombras de grey y esas cosas.

Alicia Andrés: "Cien años de soledad". La historia de historias. No me cansaría de girar y girar en ese Macondo soleado y lleno de pájaros del comienzo e incluso en el paraíso devastado por el olvido del final del libro. Son tantos los matices que tiene la narración que necesitaría toda una vida para paladearla. 

Carolina Solé Terrado: En el de Alicia no, desde luego.

Juan Miguel Aguilera: En mi última novela "Sindbad en el País del Sueño". En particular, quedarme a vivir en la ciudad de los si'lat, tal y como hace mi personaje Radi.

Berna Gonzalez Harbour: Podría vivir eternamente en los diarios de Viktor Klemperer, pero sería un tanto masoquista por mi parte. Por vivir, dejadme vivir en una canción: Todo cambia, de Mercedes Sosa.

Pedro Tejada Tello: L'écume des jours de Boris Vian.

Carmen Moreno: Si es porque lo amo “Rayuela”. Si es por pasarlo bien “La isla del tesoro”.

José Ramón Alarcón: "Trilogía de Madrid", de Francisco Umbral.

William C. Gordon: En un libro donde haya  paz en el mundo por cien años, con justicia y falta de corupcción en todos los gobiernos.

Noemí Sabugal: Es una pregunta más difícil de lo que parece porque los libros que me gusta leer no son en los que me gustaría vivir. Busco en la literatura la turbación y en la vida las menores heridas posibles. Así que para vivir en un libro, mejor uno infantil: de cero a tres, por ejemplo.

Milo Krmpotic: 'Chicos prodigiosos' de Michael Chabon.

Lorenzo Silva: En el Quijote, al final, perdido todo, como soñó León Felipe en su poema: "Ponme a la grupa contigo,/ caballero del honor,/ ponme a la grupa contigo/ y llévame a ser contigo/ pastor".


Mercedes Rosende: En el que estoy leyendo y me atrapa, me abduce, me secuestra, en el texto que me hace creer todo lo que allí sucede: vivo en él el tiempo que dura la lectura.


Esto es Semana Negra ¡y sigue!