30.6.10

Disculpad la impertinencia...: Alfonso Mateo Sagasta

Disculpad la impertinencia, pero acabo de ver anunciado oficialmente el estreno mundial de la estrambótica adaptación de La venganza de don Mendo a media noche del jueves y me han empezado a temblar las canillas, así que todo intento de rememorar gloriosas pasadas Semanas se ha volatilizado.

A los nervios del estreno, se une el pavor escénico y oleadas de vergüenza ajena corren por mis venas, mujer, no tengo problemas, mi amor, de reconocer que tengo ataque de chorrillo. Y no es que la compañía que levanta el espectáculo no esté de sobra fogueada en mil eventos, de hecho nuestra directora, Elia Barceló, ya ha perpetrado este crimen en otras ocasiones e incluso fuera de nuestras fronteras, y qué decir de nuestro escenógrafo, el ínclito José Ramón Calvo, recién llegado de su gira triunfal por las Américas donde se aburre ya de torear en las mejores plazas. Sin ir más lejos, yo mismo fui seleccionado por Emilio Ruiz Barrrachina como protagonista de su última película titulada El discípulo. El personaje era muy interesante, de una hondura psicológica difícil de matizar, con una única frase clave que en este momento soy incapaz de repetir, pero que venía a decir algo así como: ¡muere zorra! Lapidador 2, era el nombre del protagonista, críptico y sencillo, pero a la vez equívoco y versátil, y ni que decir tiene el mérito de Emilio de levantar toda una trama con interesantes personajes secundarios entorno a esa frase lapidaria. Por desgracia, después de infinidad de llamadas y conversaciones con el director para entender las aristas del personaje –para mí era importante saber si conocía de antes a la mujer que iba a lapidar, si había tenido trato carnal con ella, si la odiaba o fingía, si ella tenía familia…-, no pude fijarlo en celuloide por problemas de agenda, pero el trabajo estaba hecho y la experiencia cuenta.

Pero a pesar de la entrega y buena disposición del cuerpo de baile, siempre hay algo que se puede torcer, y por ello quiero aprovechar esta ventana ante todo para pedir disculpas a Muñoz Seca por la tala incontrolada de versos magníficos, y al público paciencia y complacencia, que no pase como en la representación de El diario de Ana Frank del grupo de teatro de la hija de una amiga, en la que cuando al final entra la Gestapo en escena, el público, desesperado, se puso a gritar: ‘¡Están el desván! ¡Están en el desván!

26.6.10

Aún recuerdo la foto: María Martín

Aún recuerdo la foto, a grandes rasgos, por supuesto, pues mi (des)memoria se ha encargado de borrar los pequeños detalles. Estaba, como todas las de aquel diario nacional, en blanco y negro, pero casi podías ver el verde de la hierba y el gris de las escaleras. En primer plano, un hombre ataviado con un sombrero de color oscuro, posiblemente negro, hojeaba lo que ahora sé que debía ser un A Quemarropa. Al fondo, unas chicas jóvenes sentadas en el suelo con bolsas llenas de historias y cuentos a su alrededor. Y a los lados, gente paseándose ajena al objetivo que captaba aquel momento para servírmelo en bandeja a la mañana siguiente, haciéndome partícipe no sólo de la escena, sino de toda la atmósfera que rodeaba a aquel instante. Casi como si me invitara a irrumpir e integrarme en ella.

Ésa es la primera imagen que recuerdo de la Semana Negra. Una instantánea impresa en papel de periódico. Un atisbo de lo que podría ser, una ventana a una ilusión que me persiguió durante años: ser protagonista de uno de esos instantes congelados. Y en julio de 2009 ese mismo diario, aunque ya no fuera el mismo, ofrecía de nuevo un aperitivo de lo que sería esa fiesta literaria. Un grupo variopinto de gente escuchando a un hombre que había sabido crear y criar una idea. Y en una esquina, de espaldas, mi figura. Entre las dos imágenes, años de intentarlo y no lograrlo. Y un pensamiento al verme allí, casi indistinguible de mis compañeros semaneros. “Por fin”. Y es que después de intentonas, de decenas de planes frustrados por una u otra razón, al final la vida me regaló una de esas carambolas de buena suerte que acabaron conmigo a las 7 de la mañana, en plenas vacaciones, cogiendo un tren que llevaba esperando años.

Los nervios, y mi proverbial desmemoria, han rellenado con niebla mis primeros momentos en la Semana Negra, cuando buscaba alguna cara conocida entre tantos pasajeros. Cuando comparaba mi pequeña maleta con la de aquellos mucho más curtidos que yo en estas lides, que venían preparados para volver a sus casas con sus bolsas llenas de anécdotas e historias que otros habían querido contar. Recuerdo mi timidez inicial, pecado inconfesable para un plumilla, que me hizo caminar sola tras las gaitas que nos recibieron en Mieres. Recuerdo ver los grupos de periodistas y escritores entremezclados y desear formar parte de ellos, sin saber que la baza que tenía en mi mano iba a ser más afortunada de lo que esperaba. Y es que si algo aprendí en aquella jornada de tren que a veces se antojaba interminable es que la Semana Negra es comunidad. Es acoger y ser acogido por extraños con los que, tomando un simple café, de pronto descubres que tienes muchas cosas en común.

Y en un instante los nervios, la timidez, desaparecen y las conversaciones empiezan a fluir, torpes al principio, ruidosas y rápidas después. Libros, cuentos, autores, impresiones, sueños, proyectos... Todo empieza a tomar forma cuando te rodeas de gente con la que compartes no sólo una visión, sino también una pasión. Las comidas se suceden, y las sobremesas, los debates, las entrevistas, las citas informales en la terraza de la carpa grande para comentar el día, la tarde, el último libro leído. Y personas que admirabas en la distancia sólo unos días antes comparten contigo un pedazo de ellos como si os conocierais de toda la vida. Y es todo tan normal y tan fluido que no encuentras nada extraño en lo que te rodea, cuando en realidad el asombro no debería abandonarte ni un sólo minuto. A veces levantas la cabeza, intentas mirarte desde fuera y descubres que el asombro no te ha dejado, es sólo que está agazapado, apabullado entre tantas experiencias nuevas que ya no sabe cómo expresarse. Paseas entre los stands una y otra vez, hasta que los libreros te conocen y, esta vez sí, han traído el libro que llevas pidiendo un par de días. Recorres la distancia que separa las carpas una y otra vez, pero los pies no se quejan hasta que llegas a la habitación del hotel. Tus ojos se llenan de colores y luces, el olor del mar lo llena todo algunas noches, la música de las atracciones se funde con las palabras de los que te rodean, e incluso con sus (y tus) actuaciones nocturnas al amparo de la discreción del Hotel Don Manuel, creando una banda sonora que no podrás recuperar en su totalidad cuando llegues a casa, aunque tampoco la perderás del todo.

Pero como todo lo bueno, la Semana Negra también termina. Y llegan las despedidas, las promesas de mantener el contacto, los buenos deseos y los infructuosos intentos de meter en aquella pequeña maleta todo lo vivido en unos días. No caben la ropa, los libros firmados, los cuadernos, los pequeños trofeos logrados. No cabe el sueño acumulado, la arena de playa, las canciones destrozadas a la luz de la luna, las miles de fotografías que aún así parecen pocas. Pero al final, como siempre, más mal que bien, logras meterlo todo y encerrarlo en un pequeño espacio mientras la cremallera se desliza por sus raíles. Echas la vista atrás y sonríes, mientras ese gusanillo que se te ha metido en el cuerpo sin que te des cuenta te murmura al oído que ya queda menos para la siguiente edición.

24.6.10

Fui un privilegiado: José Luis Muñoz

Fui un privilegiado, sin saberlo. Estuve en la primera Semana Negra sin tener idea de la importancia que tendría el evento, lo que duraría. Aterricé en el primer tren negro en Gijón, hará más de veinte años. Lo hice de la mano de Paco Ignacio Taibo II y Silverio Cañada, con dos novelas publicadas en la editorial Júcar y la colección Etiqueta Negra, aquella que inundó las librerías de toda España de libros negro policiales con preciosas tapas satinadas. Había escritores norteamericanos, rusos, los franceses del polar... un sueño al que podía acceder yo, un joven escritor con 33 años. Pasaron muchos años. Y volví a la Semana. Atrás quedaron mis 33 años. Ya no estaba Silverio Cañada, pero sí su premio para homenajearle. Y un incombustible Paco Ignacio Taibo II, dopado con colas y cigarrillos, para el que no pasaban los años, que te recibe siempre con un abrazo de oso mientras te dice: ¿Qué tal, compadre?.

Decidi que escribiría para estar en la Semana Negra. Y por esa razón escribo tanto, y publico, para estar con colegas que son amigos, compartir las tertulias nocturnas, seguir arreglando el mundo, aunque sea sólo en la ficción.

Se perdieron por el camino algunos amigos. Se fue Manolo Vázquez Montalbán, y Justo Vasco. Este año hay otro ausente entrañable. Julián, el diligente y amable conductor que nos venía a buscar al aeropuerto. Brindaremos por él en las tertulias de la terraza del Don Manuel.

22.6.10

Notas de un semanegro: Santiago Oset

No es nada fácil para un editor de “tres al cuarto” escribir unas líneas sobre la Semana Negra. ¿Por qué me meto en este berenjenal, si no es lo mío? No seamos malpensados, lo de editor de “tres al…” viene porque es la media que nuestra editorial publica de títulos cada año, (aunque este año, para ir a contracorriente los duplicaremos), y “… al cuarto” viene a cuento porque no tenemos un “cuarto”, un euro, es decir, cero patatero.

Esta Semana Negra será la cuarta, cuatro añitos que nos lanzamos a la aventura de Gijón con nuestros libros, reconozco libros “difíciles” (desde el punto de vista comercial), a contracorriente, pero que tienen su espacio, y ¿dónde mejor que en la Semana Negra?

Nos peleamos por entrar en la Semana —no nos conocía ni Dios, aunque J. Kalvellido (a ése sí que lo conocen por sus dibujitos, que siempre están dando la lata) dice que somos la editorial más pequeñita pero más cariñosa del mundo mundial—. Y volvimos (al segundo año ya presentamos un libro, ¡Viva Tierra y Libertad! de Flores Magón), y volvimos (al tercer año presentamos otro, Yack el Destripador. Diario íntimo, de Koldo Campos Sagaseta), y este año también estaremos en la Semana, con uno nuevo para presentar, que al decir de los autores-artistas (a las letras Patxi Irurzun, y a los dibujos J. Kalvellido) será la “bomba” (me reservo el título, sorpresa). Eso es lo que suelen decir los autores para convencer al editor, pero en este caso doy fe que será cierto, a ver si queda un “huequín” y podemos codearnos con los ciento y pico de autores que con sus respectivos libros aterrizarán en la Semana. Este año cumpliremos así la promesa que hicimos en la última Semana: “volveremos” con nuevos libros.

Difícil resumir lo que es para mí la Semana Negra. En primer lugar decir que vamos a trabajar, a ganarnos la vida, a vender libros y más cosas, a “enfrentarnos” con esos miles de personas que allí acuden y buscan “algo” diferente y que en la Semana suelen encontrar. Acabamos reventados (mi socia y el que escribe ya tenemos nuestros añitos), pero no importa, nos compensa, material, y espriritualmente hablando.

Y lo que más me gusta es observar, conocer, relacionarme, con esa barahúnda de personajes y personajillos, que uno se pregunta ¿de dónde habrá salido semejante variación de vidas, culturas…? A eso de las ocho de la tarde, me tomo un descanso, e inicio “mi” ruta particular, se queda la jefa sola a cargo del quiosquillo. Empiezo tomándome un té en la carpa saharaui, casi siempre repito, saludo a los de la carpa de la coordinadora de las ongs (Javier…) —el año pasado tuvieron una Expo de J. Kalvellido preparada por la editorial—. Casi siempre me cruzo con Cristina, con prisas, para no llegar tarde a una presentación (porque eso sí la puntualidad en las actividades y tiempos se cumplen a rajatabla). Visito al Fredy (¡menudo personaje este chileno!), al Paco, ¿hay alguien que sepa más del tema negro-libro? (los dos somos de Valencia y hacía como 25 años que no nos veíamos, y tuvo que ser en la Semana donde nos reencontramos), asomo la cabeza, unos minutos, en una carpa donde presentan algún libro (es difícil no encontrarse que el otro Paco, el Taibo II, no presente el libro), continúo el paseo haciendo quiebros con la riada de gente que ya va llenando los espacios. ¡Qué gracia, admiración, o como queramos llamarlo me hacen esos vendedores ecuatorianos, otros senegales,… ambulantes de aquí para allá buscando un hueco para poder colocar su mercancía, para sobrevivir! Normalmente suelo terminar el paseo donde los chilenos Tamy y Mario, con sus empanadillas…, y bebidas chilenas (¡qué bueno el pisco soul!). ¡Menuda pareja ésta! Para escribir un libro sobre su vida (a ver si se anima alguno de los escritores que aparecerán este año). Y ya con prisas, me vuelvo, y encuentro a mi socia protestando, pues me he pasado… Ruido, música, comida, cultura, política, playa, mar, ¡la hostia en verso! Para verlo y vivirlo.

Santiago, editor de Tiempo de Cerezas, un “semanegro”

19.6.10

Gente: Javier Melón

Hace ya diez años que acudí a mi primera reunión de la Semana Negra. Era en los bajos del Molinón y estar allí era lo más parecido a entrar dentro de una chimenea de cualquier fundición.

Humo, mucho humo.

Recuerdo que las caras eran desconocidas y que la gente levantaba la mano cuando sonaban nombres de autores, yo, como buen primerizo, apenas me moví del sitio. Entre el “no sé que hacer” y la sensación de estar dentro de un horno, sí logré levantar la vista y ver la cara de Cristina Macia haciéndome un gesto como de “pero vamos, tío, que te quedas sin ninguno”.

Años más tarde vuelvo a esa reunión confiado, tranquilo y, eso sí, con los pulmones aún un poco asustados.

Han cambiado cosas a lo largo de estos años, amigos, libreros, lugares, dibujantes, fotógrafos, libros más vendidos, autores. Pero hay una cosa que no cambia: la gente, miles y miles de cabezas que, botando, se acercan, cotillean, se ríen, vienen con osos de peluche colgando debajo del brazo, con su bocadillo, su hamburguesa o su vaso de lo que sea, pero allí están, siempre. Esa gente es la que te da las alegrías y , por que no decirlo, las tardes amenas.

Desde que una señora me pidió un libro sobre alimentación para diabéticos, siempre llevo entre cinco y diez títulos de autoayuda. Otros son menos útiles, pero más interesantes: “¿Tienes el de Harry Potter y el prisionero de Afganistán?” me preguntaba una madre con cara de desesperación. Recuerdo una de las tardes con autentico terror; acababa de terminar su exposición V. M. Manfredi, la carpa estaba reventar, era el año de su Alexandros y era un autor “superventas”. La gente, cual famélicos y actuales zombis, salió de la carpa en masa, brazos en alto buscando sus libros, la confusión era tal que llegué a vender libros de autores italianos que no eran Valerio, pero que estoy seguro que el firmó amablemente.

Los años han pasado y siempre he escuchado gente hablando de la “poca calidad cultural y literaria de la Semana Negra” y no me queda otra que encogerme de hombros y respirar hondo. Para una librería no hay mejor premio que ver a la gente cotillear entre libros, levantar uno y decir “me han dicho qué este está genial”, y lo crean o no, es una de las frases más escuchadas en la Semana Negra y lo crean o no, cuando los que dicen esa frase son quinceañeros vestidos con ropa seis veces más grande y llenos de agujeros en su cara, a mi, sinceramente, me da igual que acaben en mi puesto con su bocata en la mano y por pura casualidad, siento que el nivel cultural y literario simplemente se dispara.

Sé lo que sería mi librería sin la Semana Negra, pero no tengo tan claro qué sería de Gijón sin ella y, por que no decirlo, viceversa.

Y sí, si me preguntan si tengo ganas de que lleguen esos diez días de julio, mi respuesta es sí, el ver a todos los amigos que están y sentir a los que ya no están, eso, queridos amigos, alegra el verano a cualquiera, autor, periodista, dibujante, fotógrafo o librero.

17.6.10

Me piden que escriba...: Carlos Quilez

Me piden que escriba unas líneas sobre mi relación con la semana negra de Gijón y, meditando sobre ello, descubro que he sido y soy una privilegiado, por ser (por seguir siendo) uno de los elegidos que de forma asidua (casi diría yo, de forma empecinada y militante), peregrinan cada mes de julio por las carpas, los bares y entre el gentío de la Semana Negra.

Es un privilegio y es una suerte. Lo es el haber conocido de primera mano a tipos inalcanzables, protagonistas de vidas imposibles, embadurnados de cultura, de sabiduría y de intencionalidad al servicio de la inteligencia y de la literatura.

En Gijón descubrí a un grupo de escritores enfermos de cinefilia hasta extremos obsesivo-compulsivos. De ellos aprendí.

Conocí a escritores que se jugaron la vida delante de las pistolas de asesinos a sueldo o asesinos con placa y carné profesional, aquí en España, o allí dondequiera que las democracias zozobran o nunca llega a apuntalarse. De ellos aprendí.

En la Semana Negra escuché hablar de la guerra de Irak, de los conflictos étnicos de los mas desprotegidos, de la mala vida de periodistas y escritores que usan y disfrutan de la novela negra para denunciar la injusticia social con el brío y la valentía de quien sabe que sus párrafos o sus versos, también son (o pueden ser) munición insurrecta. De nuevo, esa gratificante sensación de privilegio.

En la Semana Negra estoy como en casa y me tratan cono si fuera de la familia. Quizá lo sea aunque viva y trabaje a 800 kilómetros de distancia.

Son más de diez semanas negras en mi mochila pero ésta, la de 2010 tiene una muesca negra, como un crespón macabro, como si de repente una de las esquinas de la fotografía que mejor resuma la semana negra de Gijón se agrietase para siempre. Y esa grieta se llama Julián. Julián se ha ido a buscar a otro autor al aeropuerto aquel del que no se retorna. Con él, como con pocos, compartí la ilusión por conseguir ganar algún día alguno de los premios de nuestra Semana Negra. Y en 2009, meses antes de su brusca muerta, lo conseguimos. La felicidad de Julián superó a la del autor. Lo noté. Y lo recordaré, como no olvidaré sus ánimos, su hospitalidad, su extraordinaria amabilidad y su sonrisa socarrona siempre al servicio de la lucha contra el desánimo.

Hoy meditando sobre el encargo de escribir estas líneas, me he dado cuenta de que, fundamentalmente y quizá en realidad, soy un privilegiado por haber conocido en Gijón a tipos como Julián.

15.6.10

Un sombrero negro: Yampi

Decía mi abuela Sarita que le gustaba verme así, vestido con mi sombrero negro, y despedirme desde su balcón de la calle San Marcos mientras yo cogía el taxi que me llevaba a Chamartín a las 6:30 de la mañana; ese adiós suave de su mano era para mí el inicio de la aventura semanera. En Chamartín, reunidos, esperan viejos amigos, compañeros y nuevos amigos, y espera un segundo café que es como la chispa de la vida, y esperan unas vías, un reloj, una maleta, una idea, un borrón en una libreta... y todos esperan la salida de un tren... el tren negro.

Enseguida te das cuenta de que la cosa no es normal, ni habitual, ni mucho menos rutinaria. La cosa tiene su guasa y está apoyada en la novela negra, pero el género en sí ha conseguido ampliarse en un abanico que abarca todo lo que uno quiera incluir y más cosas que a uno no se le hubieran ocurrido nunca.

El género negro es sincero, no tiene por qué venderte ilusiones ni luces de colores, ni paraísos prometidos, ni verdades divinas. El género negro es real como la vida misma y te miente, te arrastra, te emociona, te divierte, te asusta, te besa o te da un revés... como la vida misma.

Y hay que atravesar media España, el gris asfalto da pie al amarillo, el amarillo a la roca y la roca al árbol. Mientras tanto se van cruzando comentarios, cuentos, charlas, debates y empiezan a verse relucir las afiladas puntas de las plumas, de los bolis, de los teclados portátiles y de los móviles.

Aquí se puede leer, se puede escribir, se puede hablar, se puede reír, se puede cantar y se puede fumar.

Y hay otra estación pero esta vez con orquesta y con protesta (como la vida misma).

Después, abrazada por la ciudad de Gijón y todos sus aledaños que incluyen el mundo entero y su mar, nace la Semana Negra, será arropada y mimada durante 9 días y después hibernará durante un año mas o menos; pero antes de irse dará voz a los sin voz y lugar a cualquiera que busque un lugar. Habrá libros, conciertos, charlas comprometidas, fotografías, cómic, poesía, magia, carreras y múltiples actividades que se pueden encontrar en el programa que la organización ofrece.

Surgirán miles de nuevas ideas y proyectos, se harán nuevos amigos, se hablará hasta partir la garganta, se caminará, se disfrutará y también en según que momentos se sufrirá y llorará, por que así es la vida misma cuando la percibes sin tapujos, con datos, con fotos, con canciones, poemas, artículos o novelas. No está de más que uno deje que el mensaje llegue, que medites, que cuestiones, que compartas, que disfrutes.

Existe a mi parecer una leyenda negra sobre la Semana Negra y es que quien viene una vez, ya no puede dejar de querer volver.

Así, y si los astros lo permiten, volveré a pasear por este recinto minado de vida y gentes, otro año mas aprenderé muchísimas cosas e intentaré aportar mi más cuidado granito, porque aquí lo que vale es la calidad y no la cantidad; y como siempre, intentaré seguir los consejos de Sarita: ¡tú limpito, bien vestidito, y con tu sombrero negro!

A Quemarropa Salió (letra y música de Yampi)

Salió buen vino
de aquella cepa enana,
aunque algunos vaticinaran
que era una flor del mal.

La cepa se hizo parra
y la parra se hizo libro,
el libro se hizo guitarra
y la guitarra se hizo voz,
la voz los mares cruzó.

La vida es una novela
vivida en una semana,
a quemarropa salió,
a quemarropa volvió.

Mi primera vocación
fue ser fumador de Ducados,
tocaba y cantaba en la calle
cancionero triste.

La vida limpió mi razón,
la lluvia me maduró humilde,
la gente que lleva mi corazón
sueña en un mundo muy libre.

La vida es una novela
vivida en una semana,
a quemarropa salió,
a quemarropa volvió.

8.6.10

La contundencia de la palabra: Jesús Lens Espinosa de los Monteros

Lo que más me gusta de Semana Negra, algo que vengo sintiendo desde que, recién iniciado el siglo, fui por primera vez a la ciudad de Gijón, es que las palabras, allí, son más fuertes, se pronuncian más alto y con más claridad. En Semana Negra, las palabras son más contundentes.

Acostumbrados a la retórica hueca y vacía, a la cháchara inane e incesante que nos mantienen hastiados y sitiados la mayor parte del año, las charlas, presentaciones, mesas redondas y encuentros que se propician en uno de los Festivales Culturales más importantes de Europa suponen no sólo una imprescindible bocanada de aire fresco, sino una inyección de creatividad, un subidón de adrenalina intelectual y un chute de endorfinas literarias que te activan, te sacuden, te espolean y te rejuvenecen.

No sé si alguien llevará la estadística de los proyectos literarios y culturales que, nacidos al calor de Semana Negra, se han visto cristalizados, meses o años después, en forma de libros, revistas, tebeos, fotografías, vídeos, jornadas culturales, encuentros, conferencias y un etcétera tan largo como tu imaginación te permita vislumbrar.

En concreto, el libro de cine y viajes que publicamos con la editorial ALMED Francisco Ortiz y un servidor, el pasado año, nació en una conversación en la terraza del hotel Don Manuel, con una lista de películas anotada en el típico cuaderno de tapas negras que solemos llevar encima y que, al finalizar Semana Negra, queda lleno de citas, referencias, títulos, ideas, sugerencias, reflexiones, apuntes, anotaciones, bocetos, nombres, e-mails y números de móvil.

Porque el encuentro literario de Gijón, más que Tormentas de Ideas, genera Huracanes de Sensaciones. Y todo ello a base de fotografías, tebeos, películas, música, circo, pulpo cocido y costillas braseadas. Y, sobre todo, a base de palabras. Palabras oportunas, adecuadas, justas y necesarias, la mayor parte de las veces. Palabras que resuenan alto y claro y que, por tanto, llegan, calan e impregnan al oyente. Palabras que, fuera de Semana Negra, apenas se escuchan, masculladas y confidenciales, mientras que en Gijón se pronuncian sin miedo, con luz taquígrafos, micrófonos y altavoces. Palabras como “compromiso”, “libertad”, “justicia” o “verdad”. Y similares.

Y “diversión”. No nos olvidemos de la diversión. Porque la seriedad no tiene que ir de la mano del aburrimiento igual que la calidad no ha de vestirse de diseño o pajarita.

Sea Negra como el alma de los corruptos o Roja como la sangre de los muertos de ficción, la Semana que viene durando diez agitados y tempestuosos días de julio, desde hace veintidós años, se apresta a levantar nuevamente el telón. No es de extrañar, por tanto, que todos los semaneros andemos excitados, nerviosos, expectantes… Porque llega la Semana Negra. La número 23. Y nos gusta.

7.6.10

Mi debut y una conjetura sobre el futuro probable: Guillermo Orsi

Llegué muy temprano al hotel de Chamartín, cargado de maletas, porque Argentina está lejos y porque mi mujer no se priva de nada, a la hora del equipaje. Soy tímido, “algo lento”, decía mi madre, fuente única del saber absoluto, y encarar hacia aquel grupo de desconocidos no fue fácil, pero la cálida recepción, el saber que no era el único extranjero, la cordialidad y el entusiasmo compartidos, me fue ganando y nos embarcamos todos, felices, en el mítico Tren Negro.

Empecé a comprender de qué trataba la Semana Negra: una expedición al mundo del crimen literario desorganizado, con un jefe absoluto con el que nadie discute, no porque sea autoritario sino porque lleva ganadas veintidós batallas –este año va por la vigésimo tercera-.

Ya antes de llegar a Gijón, y luego de tumultuosa conferencia de prensa en el tren, se largó la comilona. En Mieres, desfile con gaiteros, sensación de tropa victoriosa o de elenco circense, o de ambas cosas. Hacia la media tarde, descenso en Gijón, banda de música con mini concierto, apresurado paso por los hoteles asignados y a la ceremonia inaugural, con discursos y más tapas y tragos. Cuando todo parecía haber acabado, marcha al parque donde se celebraba la Semana, corte de cintas, aplausos y vítores, y desconcentración.

Al tenderme por fin en la cama de mi habitación me dije que si todos los días iban a ser parecidos, mi fatigado físico de avanzado cincuentón no lo soportaría. Pero sólo fueron parecidos en intensidad, porque en los nueve días siguientes desfilaron personajes variopintos de una literatura que apenas si conocía como lector y, a partir de entonces, en julio de 2004, como una suerte de autor recién llegado.

Porque Semana Negra es eso que a veces nos cuesta explicar a quienes no la conocen: un lugar de encuentro con casi todo lo que se escribe lejos de las academias, una feria de chorizos y de autores más o menos siniestros y tan entrañables, una enorme, multitudinaria probeta en la que, durante una semana al año, hierven cerebros que, de no existir la literatura, tendrían sus neuronas conectadas a operaciones delictivas que ninguna policía del mundo podría jamás descubrir y ningún sistema judicial, condenar.

Semana Negra es contacto físico, pasión, papel impreso, calor popular, música, comida y tragos. Ahora amenazan con el libro electrónico, con que el papel está condenado a desaparecer o a buscar, lánguido y solitario, el refugio de los nostálgicos. Juegan con fuego, quienes esto impulsan. La creación literaria negra y criminal, si tal Apocalipsis sobreviene, se las ingeniará para resistir y contraatacar. Lo que esa furia engendre, no quiero ni imaginarlo. Podría ser, no una multitud de desperdigados “e-books”, sino un gigante cibernético, un Schwarzenegger estilo robocop pero inteligente, un robochorro lanzado a una depuración nada cibernética de tanto papafrita oportunista, un vengador invencible que, luego de apoderarse de toda la chatarra de “e-readers”, la compacte en dos gigantescas bolas de metal liviano en cortocircuito, llenas de crímenes sin resolver, de historias a cuyos finales sólo será posible acceder en viejos libros de papel.

¿Dónde encontrarán esos libros, los sobrevivientes de tanto desvarío? En el foco de la resistencia, claro: en Semana Negra.

2.6.10

Sólo de pensarla, la Semana Negra me gusta: Paco Ignacio Taibo II

De repente giras la cabeza y el mundo gira contigo. Once pequeñas voces revolotean en tu cabeza. A ellas se suman los ruidos del aceite hirviendo de una churrería, los ecos malignos de una tómbola y las voces de una charla que salen de la Carpa del Encuentro.

No hay sorpresa, la Semana Negra es así, impone una extraña multi-operacionalidad de los sentidos, obliga a volver el don de la ubicuidad algo normal, a escuchar tres preguntas al mismo tiempo y tener respuestas.

¿No era eso lo que queríamos?

Bajo la apariencia del caos, un nuevo orden.

A lo largo del año piso territorio en muchos festivales, encuentros literarios, ferias del libro. La mayoría me gustan. Permiten a los escritores un encuentro con la realidad, la dura realidad de los lectores. Algunas, las menos, me fastidian, tiene un tufo aristocrático, que me irrita, parecen querer separar la literatura de la vida.

Aquí, en Gijón, en la Semana Negra, estoy en casa y danzo, bailo, de tema en tema, de visión sorprendente a visión sorprendente. Del colega que me ilumina con su percepción de la literatura, del debate que me apasiona, de la exhibición de libros que opera como una tentación casi irresistible, a la parrilla donde asan doscientos chorizos, de la manera amorosa como un congoleño le quita el polvo a sus estatua de madera, de esta abundancia brutal de luz.

Y todo esto se convierte en historias, en anécdotas que voy almacenando en ese deteriorado arcón de mis recuerdos, que debe de tener muchos agujeros en el fondo.

¿Recuerdas?

Recuerdo.

El día en que el viento trataba de hacer elevarse nuestro escenario y cogidos a las cuerdas resistíamos.

Cuando descubrí la nueva literatura rusa de espionaje.

El día en que rompimos el premio Guiness de la conga más larga de Europa

La vez en que me quité los zapatos y tuve que tirar a la basura unos calcetines destrozados, con todo y un poco de mi piel.

Las charlas a la luz de la luna con mi padre.

La medio hora dedicada a recuperar los cómics que me faltaban.

La gente abalanzándose sobre el libro pepsi y la señora con paraguas que quería quitarle a Mariano Sánchez Soler uno de sus ejemplares por más que argumentara que a él le tocaban dos porque era autor.

Mis gloriosas y eternas discusiones con los feriantes.

El placer de escucharle a Ángel mi poema favorito.

La la lista sigue interminable.

Sólo de pensarla, la Semana Negra, me gusta.

Qué extraña situación esta que a un director le guste el festival que dirige, que el trabajo se vuelva tanto placer.