30.6.10

Disculpad la impertinencia...: Alfonso Mateo Sagasta

Disculpad la impertinencia, pero acabo de ver anunciado oficialmente el estreno mundial de la estrambótica adaptación de La venganza de don Mendo a media noche del jueves y me han empezado a temblar las canillas, así que todo intento de rememorar gloriosas pasadas Semanas se ha volatilizado.

A los nervios del estreno, se une el pavor escénico y oleadas de vergüenza ajena corren por mis venas, mujer, no tengo problemas, mi amor, de reconocer que tengo ataque de chorrillo. Y no es que la compañía que levanta el espectáculo no esté de sobra fogueada en mil eventos, de hecho nuestra directora, Elia Barceló, ya ha perpetrado este crimen en otras ocasiones e incluso fuera de nuestras fronteras, y qué decir de nuestro escenógrafo, el ínclito José Ramón Calvo, recién llegado de su gira triunfal por las Américas donde se aburre ya de torear en las mejores plazas. Sin ir más lejos, yo mismo fui seleccionado por Emilio Ruiz Barrrachina como protagonista de su última película titulada El discípulo. El personaje era muy interesante, de una hondura psicológica difícil de matizar, con una única frase clave que en este momento soy incapaz de repetir, pero que venía a decir algo así como: ¡muere zorra! Lapidador 2, era el nombre del protagonista, críptico y sencillo, pero a la vez equívoco y versátil, y ni que decir tiene el mérito de Emilio de levantar toda una trama con interesantes personajes secundarios entorno a esa frase lapidaria. Por desgracia, después de infinidad de llamadas y conversaciones con el director para entender las aristas del personaje –para mí era importante saber si conocía de antes a la mujer que iba a lapidar, si había tenido trato carnal con ella, si la odiaba o fingía, si ella tenía familia…-, no pude fijarlo en celuloide por problemas de agenda, pero el trabajo estaba hecho y la experiencia cuenta.

Pero a pesar de la entrega y buena disposición del cuerpo de baile, siempre hay algo que se puede torcer, y por ello quiero aprovechar esta ventana ante todo para pedir disculpas a Muñoz Seca por la tala incontrolada de versos magníficos, y al público paciencia y complacencia, que no pase como en la representación de El diario de Ana Frank del grupo de teatro de la hija de una amiga, en la que cuando al final entra la Gestapo en escena, el público, desesperado, se puso a gritar: ‘¡Están el desván! ¡Están en el desván!