Esta Semana Negra será la cuarta, cuatro añitos que nos lanzamos a la aventura de Gijón con nuestros libros, reconozco libros “difíciles” (desde el punto de vista comercial), a contracorriente, pero que tienen su espacio, y ¿dónde mejor que en la Semana Negra?
Nos peleamos por entrar en la Semana —no nos conocía ni Dios, aunque J. Kalvellido (a ése sí que lo conocen por sus dibujitos, que siempre están dando la lata) dice que somos la editorial más pequeñita pero más cariñosa del mundo mundial—. Y volvimos (al segundo año ya presentamos un libro, ¡Viva Tierra y Libertad! de Flores Magón), y volvimos (al tercer año presentamos otro, Yack el Destripador. Diario íntimo, de Koldo Campos Sagaseta), y este año también estaremos en la Semana, con uno nuevo para presentar, que al decir de los autores-artistas (a las letras Patxi Irurzun, y a los dibujos J. Kalvellido) será la “bomba” (me reservo el título, sorpresa). Eso es lo que suelen decir los autores para convencer al editor, pero en este caso doy fe que será cierto, a ver si queda un “huequín” y podemos codearnos con los ciento y pico de autores que con sus respectivos libros aterrizarán en la Semana. Este año cumpliremos así la promesa que hicimos en la última Semana: “volveremos” con nuevos libros.
Difícil resumir lo que es para mí la Semana Negra. En primer lugar decir que vamos a trabajar, a ganarnos la vida, a vender libros y más cosas, a “enfrentarnos” con esos miles de personas que allí acuden y buscan “algo” diferente y que en la Semana suelen encontrar. Acabamos reventados (mi socia y el que escribe ya tenemos nuestros añitos), pero no importa, nos compensa, material, y espriritualmente hablando.
Y lo que más me gusta es observar, conocer, relacionarme, con esa barahúnda de personajes y personajillos, que uno se pregunta ¿de dónde habrá salido semejante variación de vidas, culturas…? A eso de las ocho de la tarde, me tomo un descanso, e inicio “mi” ruta particular, se queda la jefa sola a cargo del quiosquillo. Empiezo tomándome un té en la carpa saharaui, casi siempre repito, saludo a los de la carpa de la coordinadora de las ongs (Javier…) —el año pasado tuvieron una Expo de J. Kalvellido preparada por la editorial—. Casi siempre me cruzo con Cristina, con prisas, para no llegar tarde a una presentación (porque eso sí la puntualidad en las actividades y tiempos se cumplen a rajatabla). Visito al Fredy (¡menudo personaje este chileno!), al Paco, ¿hay alguien que sepa más del tema negro-libro? (los dos somos de Valencia y hacía como 25 años que no nos veíamos, y tuvo que ser en la Semana donde nos reencontramos), asomo la cabeza, unos minutos, en una carpa donde presentan algún libro (es difícil no encontrarse que el otro Paco, el Taibo II, no presente el libro), continúo el paseo haciendo quiebros con la riada de gente que ya va llenando los espacios. ¡Qué gracia, admiración, o como queramos llamarlo me hacen esos vendedores ecuatorianos, otros senegales,… ambulantes de aquí para allá buscando un hueco para poder colocar su mercancía, para sobrevivir! Normalmente suelo terminar el paseo donde los chilenos Tamy y Mario, con sus empanadillas…, y bebidas chilenas (¡qué bueno el pisco soul!). ¡Menuda pareja ésta! Para escribir un libro sobre su vida (a ver si se anima alguno de los escritores que aparecerán este año). Y ya con prisas, me vuelvo, y encuentro a mi socia protestando, pues me he pasado… Ruido, música, comida, cultura, política, playa, mar, ¡la hostia en verso! Para verlo y vivirlo.
Santiago, editor de Tiempo de Cerezas, un “semanegro”