2.6.10

Sólo de pensarla, la Semana Negra me gusta: Paco Ignacio Taibo II

De repente giras la cabeza y el mundo gira contigo. Once pequeñas voces revolotean en tu cabeza. A ellas se suman los ruidos del aceite hirviendo de una churrería, los ecos malignos de una tómbola y las voces de una charla que salen de la Carpa del Encuentro.

No hay sorpresa, la Semana Negra es así, impone una extraña multi-operacionalidad de los sentidos, obliga a volver el don de la ubicuidad algo normal, a escuchar tres preguntas al mismo tiempo y tener respuestas.

¿No era eso lo que queríamos?

Bajo la apariencia del caos, un nuevo orden.

A lo largo del año piso territorio en muchos festivales, encuentros literarios, ferias del libro. La mayoría me gustan. Permiten a los escritores un encuentro con la realidad, la dura realidad de los lectores. Algunas, las menos, me fastidian, tiene un tufo aristocrático, que me irrita, parecen querer separar la literatura de la vida.

Aquí, en Gijón, en la Semana Negra, estoy en casa y danzo, bailo, de tema en tema, de visión sorprendente a visión sorprendente. Del colega que me ilumina con su percepción de la literatura, del debate que me apasiona, de la exhibición de libros que opera como una tentación casi irresistible, a la parrilla donde asan doscientos chorizos, de la manera amorosa como un congoleño le quita el polvo a sus estatua de madera, de esta abundancia brutal de luz.

Y todo esto se convierte en historias, en anécdotas que voy almacenando en ese deteriorado arcón de mis recuerdos, que debe de tener muchos agujeros en el fondo.

¿Recuerdas?

Recuerdo.

El día en que el viento trataba de hacer elevarse nuestro escenario y cogidos a las cuerdas resistíamos.

Cuando descubrí la nueva literatura rusa de espionaje.

El día en que rompimos el premio Guiness de la conga más larga de Europa

La vez en que me quité los zapatos y tuve que tirar a la basura unos calcetines destrozados, con todo y un poco de mi piel.

Las charlas a la luz de la luna con mi padre.

La medio hora dedicada a recuperar los cómics que me faltaban.

La gente abalanzándose sobre el libro pepsi y la señora con paraguas que quería quitarle a Mariano Sánchez Soler uno de sus ejemplares por más que argumentara que a él le tocaban dos porque era autor.

Mis gloriosas y eternas discusiones con los feriantes.

El placer de escucharle a Ángel mi poema favorito.

La la lista sigue interminable.

Sólo de pensarla, la Semana Negra, me gusta.

Qué extraña situación esta que a un director le guste el festival que dirige, que el trabajo se vuelva tanto placer.