Termina la Semana Negra. Tecleo estas líneas mientras en el recinto se celebran los últimos actos. Mañana –ya hoy domingo- será el acto la clausura y cada mochuelo a su olivo. Han sido diez días intensos, maravillosamente excesivos, donde diversión y trabajo se han combinado sin que fuera posible trazar la línea divisoria, y eso es algo fantástico. “La Semana Negra es un campamento de verano para escritores”, nos han repetido los más experimentados a los que veníamos por primera vez. Concluida la vivencia, no se me ocurre mejor forma de definirla.
Autores de larga trayectoria, extensa producción y deslumbrante palmarés se codean sin altivez alguna con otros que apenas empezamos a echar los dientes en el mundillo. Todos a una, cada cual con su tarjeta identificativa, sin grado ni galones, sólo un nombre… “uno que vale por diez”. Y así, todos juntos, estrechados los lazos “por narices” en el Tren Negro, reímos, hacemos un poco el ganso, damos rienda suelta a pequeñas aficiones y compartimos ilusiones y proyectos.
La Semana Negra es adictiva, cuidado, te advierten. Ojo, que el que va, repite, te insisten. Concluido el invento, entiendo bien la razón. La del escritor es una profesión solitaria, no cabe duda, y ocasiones como ésta permiten paliar esa soledad al convivir con otros iguales. Lo mismo da que hoy toque dejarse la voz en el karaoke o el pudor tras el maquillaje teatral, lo que importa es estrechar unos lazos que, a la vista está, se refuerzan cada año. Y esto hace que podamos contar con un puñado de colegas y buenos amigos que, en el silencio de nuestro rincón de trabajo, nos ayudan a sentirnos un poco menos solos.
Así que, como si del señor Miyagi se tratase, a un tiempo damos y pulimos cera, y nos zambullimos en literatura hasta los ojos. Se marcha uno con las pilas cargadas, la maleta llena de libros y de apuntes la libreta, con ganas de llegar a casa y ponerse a leer y a escribir como loco. Es una sana admiración la que he podido advertir en muchos estos días, admiración que te lleva a sacudirte la pereza para seguir los pasos de éste o desarrollar la idea que te aplaudió aquel.
Suele decirse que en ningún sitio se clavan tantos puñales como en los encuentros profesionales, y no digamos cuando encima hay premios, reconocimientos y aplausos en juego. Sin embargo, el ambiente que se respira en la Semana Negra de Gijón es mucho más sano, tanto, que resulta difícil de creer. Hasta que te das cuenta de que la mayoría de los reincidentes no son escritores amigos, sino más bien amigos escritores. Críticas y chismorreos sí, desde luego, ¿pero qué se puede esperar de un grupo de personas cuya esencia profesional es la curiosidad? Cual marujas en un corral de vecinos, le damos a la húmeda con más humor que mala intención. ¿Hay mejor prueba del grado de complicidad entre los asistentes?
Debo apuntar que entre las muchas y gratas sorpresas de ésta, mi primera Semana Negra, me gustó la espontánea reunión de un grupo de escritores de diversos partes de Andalucía, denominación de origen destacada de esta edición junto a la argentina. Nerea Riesco, Paco Jurado, Jesús Lens, Juan Ramón Biedma, Rafa Marín, Teo Palacios… Incluso tuvimos una improvisada reunión, registrada y coordinada por la gaditana Carmen Moreno, germen de lo que Paco Taibo bautizó como la Andalucía Connection. Nos hemos propuesto no permitir que esto quede en una anécdota. Propósitos de año nuevo entre Semana y Semana Negra.
Acaba pues este maratón. Y aunque cansado, se marcha uno con la inevitable tristeza de la despedida. ¡Qué bueno es disfrutar de vez en cuando y no querer que algo concluya! Jesús Lens, colega y sin embargo amigo, describió con acierto nuestra situación estos días. Estamos en una burbuja, cuando la Semana Negra pase todo volverá a ser como de costumbre, quebraderos de cabeza incluidos. Pero hasta escuchar cómo revienta esa burbuja, apuremos al máximo lo que reste.
Ha sido una experiencia excepcional, que espero de corazón volver a repetir. Gracias a todos por contribuir a que así haya sido.
Esto es la Semana Negra, y sigue…