15.7.15

La bofetada

(Texto y fotos: Laura Muñoz)


Hasta hoy, la literatura exaltó la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros quremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso ligero, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo
Filippo Tommaso Marinetti


Bajos. Por acumulación de efecto. Los golpes.
(disponibles bofetadas de los autores invitados al final de esta crónica)


Soy una escritora orgánica
Rosa Montero

La escritora y periodista Rosa Montero defiende el papel de los autores como soñadores de la sociedad y lamenta las fracturas que la dictadura de Franco provocó en el sistema cultural. 
Se alimentó de literatura latinoamericana y agradece a aquellos que rompieron los esquemas rígido del genero, convirtiendo a las nuevas promesas en "libres como pájaros" (igual que los trece pájaros que lleva tatuados de muñeca a hombro).
El botón de muestra es "El peso del corazón", la novela que presenta en esta edición de Semana Negra y que, dice, es un coctel en el que ha vertido ciencia ficción, amor, novela negra y, por supuesto, política. No importa, asegura, porque "escribo con la misma implicación y pasión".
Algo tan loco como que Bruna Husky, su ya conocida detective, se ve inmersa en una trama de corrupción internacional que pretende derrumbar el equilibrio entre la tierra y el reino de Labari, sometido a dictadura religiosa. La autora aprovecha las páginas de la última entrega protagonizada por Husky para hacer un crítica social del futuro. La lucha por la libertad, la ecología, el amor extraño que siente al hacerse cargo de una niña pequeña, la pelea por sobrevivir y la metáfora del peso de la vida y la oscuridad de la muerte; hacen que en esta novela aparezcan diversos géneros, como la ciencia ficción antes citada y que "es una herramienta poderosísima para hablar de la sociedad". A la vez, asegura que se trata de su novela más íntima.
Y los recuerdos. El primer (des)amor creativo que supuso su primer trabajo publicado por la editorial Debate. "Crónica de un desamor" hubiera sido escrita de otro modo, afirma, si lo hiciera en este momento. Montero comparte con la prensa el deseo que sintió de hacer desaparecer, como ocurrió, de la circulación la novela porque le parecía no haber conseguido el objetivo. Al margen de eso, los daños colaterales fueron positivos: se reeditó más de treinta veces y, además, "el libro tiene derecho a vivir porque la gente tiene derecho a leer sobre la transición". Finalmente ha sido rescatado del limbo y editado de nuevo.

Rebelde, contestataria y defensora de los derechos sociales, Montero se enerva con la idea de recordar las condiciones de la cultura durante el franquismo y no entiende cómo es posible que, en la actualidad, no se controle la piratería.


Antes los niños quería ser astronautas, ahora tronistas.
Carlos Salem

Carlos Salem aterriza en Semana Negra para presentar "En el cielo no hay cerveza", una crítica a la prensa rosa en la que no deja de lado el tono al que nos tiene acostumbrados.   
El disparador de esta novela lo activó una conversación con su hijo: papa, ya no voy a estudiar, voy a ir al gimnasio, me voy a ligar a una rica y voy a vivir del cuento. Es lo que quieren hacer todos mis amigos. 
Estas declaraciones hicieron que a Salem se le hinchara la vena en la sien y desarrollara ese instinto, casi animal, de querer acabar con los periodistas que hacen que su hijo, los nuestros, piensen así.  Porque él es periodista, de los de verdad, antes que escritor y poeta. Necesita saber y sentir que sigue quedando respeto para con la profesión, algo que en los programas de tele-basura brilla por su ausencia. Antes los niños quería ser astronautas y ahora cronistas, dice con cierta pena teñida de rabia.

En esta última novela, Carlos incluye tres historias de amor con algunos protagonistas a destacar: un guionista que lo es a la fuerza, la virgen que pinta todo en blanco y a Diosito, que mantiene una relación con Magdalena, una transexual que hace cosas tremendas por él. Ah! y que dice ser el hermano menor de Dios.
Se trata de una novela coral, muy bien planteada y con una muy buena estructura. Llena de personajes muy reconocibles. Crímenes cruentos y por despecho porque "ojalá murieran en todos los sentidos".
Asesinatos, un combinado frío de comedia y novela negra, descaro, querer contar y hacerlo en alto, denunciar una profesión, despertar y vapulear el periodismo erróneo.









Selva Almada

Una mujer. Diecinueve años. Tranquila. Sus padres en la habitación contigua. Duermen, todos. Y el impacto con el miedo que entra en una sociedad y ataca a la vida adolescente de Argentina porque ella parece muerta. Duermen, todos. Menos él. Que entra en casa, la asesina y desaparece. Sin más juicio ni consecuencia. Toda una región conmovida, una historia con visos de misterio. Es el número 1.

María Luisa Quevedo. Otro asesinato. El Chaco. Adolescente, también. Otro caso sin resolver. Es el número 2.

Provincia de Córdoba. Tercera mujer asesinada en circunstancias dignas de pacto cinematográfico. Guión desconocido. Sólo muerte y desidia por impotencia. Un cuerpo con nombre equivocado, pues pasados diez años de su reconocimiento, se averigua error, se compara ADN y no No es ella. Es el caso número 3. Pero podría ser el 4.

Presentes tres asesinatos. Tres cuerpos aunque cuatro mujeres. Tres incógnitas sin resolver. Un cuerpo con nombre nuevo y otro vayan a saber dónde.

Almada, optando a una beca de investigación, centró su foco en buscar respuestas a todas las preguntas que se iban posando sobre los cuerpos muertos. Acumuló el material obtenido en sus diversos desplazamientos y, al interés de una editorial por su edición, los puso sobre la mesa y empezó a estructurar. Pero demasiado periodístico, muy rígido y sobre todo con cierto tono impostado, ya que declara no ser periodista, sino escritora. Y la gesta de la novela en marcha, como matronas las herramientas literarias que sí conoce y domina y dónde se siente genuina.
Y el resultado es "Chicas muertas", una suerte de crónica literaria donde Selva buscó rescatar la memoria de estas mujeres asesinadas y se topó con la realidad de la misoginia. Grande. Aterradora.




Los disparos. Cuando el sol comienza a caer. Nuestros ojos. Compartidos. Aquí.








































































En Semana Negra sabemos que quieren saber. Al lío!


4.-La bofetada

Hasta hoy, la literatura exaltó la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros quremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso ligero, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo
Filippo Tommaso Marinetti

P.-¿Dónde y bajo qué forma vamos a encontrar los golpes en tu escritura? ¿Predominan los golpes bajos o prefieres los de efecto?

4.-The blow
Q: Where and in what form are we going to find blows in your writing? Do the low blows predominate or do you prefer to just show the effects of them?


Graziella Moreno: Me gusta mucho crear intriga desde el principio, pero disfruto más es generándola al final. Me encantan los finales que te hagan pensar y si pueden ponerte " la piel de gallina" mejor. Si se resuelve todo, sin más, quedo decepcionada. Me gustan los golpes de efecto y si consigo que el lector pegue un respingo, ya soy feliz. 

José Luis Muñoz: Me gusta el boxeo. Es un ballet elegante de gladiadores. Aunque nunca lo practiqué por ser poco agresivo. Hasta el año pasado, fortuitamente, parando un par de puñetazos que me lanzó un taxista checo. El mundo del boxeo es negrura, juguete roto, instinto primario, hombre bestia. Ocupa algún relato de “Marero”, el libro con el que viajo a Gijón. Disparo golpes al lector. Hay en mis páginas mucha aridez. No pretendo agradar, sino conmocionar. Un buen golpe en la boca del estómago al lector, para dejarlo sin habla. Suelo noquearlo al final. Lo bueno es que no soy dueño de mis finales, así es que noqueando al lector me noqueo yo mismo. Quizá el final más redondo fue el de “La caraqueña del Maní”, ETA, Caracas, cerros, y un pistolero del terror político que va buscando su expiación sin saberlo él, el lector o yo mismo. En las tres últimas líneas del libro hago una pirueta inexplicable, de la que sólo fui capaz en ese momento. Pero, por otra parte, odio las trampas, los desenlaces sorpresa, porque el desenlace sorpresa es lo trillado. Los relatos que hay en “Marero” son imprevisibles, alguno tan salvaje que estuve a un paso de eliminarlo. Pero también hay humor, ternura, misterio, juego, romanticismo bien entendido en “El último inquilino”, historia de fantasmas.  

Carmen Moreno: Creo que los golpes en mi novela se sitúan en el humor, un recurso como otro para protegernos de todo lo que nos daña.
No me gustan los golpes bajos, prefiero los directos.

María Inés Krimer: Así como no me gusta la inmovilidad, tampoco suscribo la idea de sacudir al lector con  golpes, ni altos ni bajos. El salto mortal tiene fecha de vencimiento. Cyril Connolly pide libros que duren, al menos, diez años. Apuesto al tono, al modo, a la musicalidad del texto.  

Empar Fernández: Probablemente los encontraremos en las sacudidas emocionales, en los sentimientos más íntimos y más oscuros, en los secretos mejor guardados. Creo que predominan los golpes bajos. En mi escritura no abundan los golpes de efecto. Como lectora los golpes de efecto me resultan artificiosos, improbables, y el texto deja de interesarme.

Manuel Barea: No sé si hay golpes en mi escritura, y si los hay no están programados. Creo que lo que más ayuda a la creatividad es, sinceramente, la improvisación y el alejarse de pautas o planes preestablecidos (en los que una vez que estás dentro ya te encuentras a merced de las restricciones que ellos mismos te imponen y que realmente tú has creado), y por tanto supongo que nunca me moveré pensando que en tal o cual punto vaya a dar un golpe porque tarde o temprano hay que dar uno o porque me lo haya propuesto así. Si en el camino hay momentos que necesiten de golpes, se darán, patadas, igual, pero nunca será buscando una reacción artificial o preparada de antemano, sino porque verdaderamente ahí no pueda caber otra cosa.

Juan Ramón Biedma: Como en la vida, me resultan infinitamente más fascinantes los golpes bajos −muy reveladores de la personalidad del atacante− que la mezquina sinuosidad de los golpes de efecto.

Xuan Xosé Sánchez: Hai güelpes baxos (los de la sociedá, los de los agonistes), pero nun son malos los d’efectu, ye por lo que’l llector recuerda una novela preferentemente, polo güelpes d’efectu, pola sorpresa narrativa.

Antonio Garrido: Los golpes son necesarios porque te obligan a reaccionar. Todos son buenos, porque unos y otros sacan al lector de su zona de confort y le conminan a tomar parte. Los golpes bajos nos arrancan de la ficción hollywoodiense para devolvernos a la brutal realidad, nos hacen pensar y tomar partido, nos atenazan el estómago y las vísceras. Los de efecto contribuyen a pellizcar nuestro corazón, a sorprendernos y atraernos. Esa combinación de golpes convertida en una cuidada esgrima es la que convierte cada capítulo en un sorprendente viaje a las emociones, que son la llave que nos conducirá al verdadero disfrute de la literatura.

Alfonso Mateo-Sagasta: Me encantan los golpes de humor. La ironía es un arte.

Mercedes Rosende: Me gusta la vuelta de tuerca, ese giro que cambia la perspectiva del relato y la propia historia, que obliga al lector a pensar y a repensar el argumento.

Fernando Nuño: Siempre bajos. Y en ocasiones, incluso puede que un tanto traicioneros. 

Pere Cervantes: Echo de menos en mi literatura más golpes bajos, pero por alguna extraña razón tiendo a los de efecto, tal vez sea por mi obsesión por la estructura. Esta pregunta hace que me replantee una serie de cuestiones para mi próxima novela que no pienso desvelar ;))

Guillermo Roz: Me gustan toda clase de golpes que el texto pueda darle al lector: en las mejillas, en el corazón, en el esternón, en el bajo vientre y sobre todo en el cerebro. Mi literatura quiere conmover, conmocionar, dejar petrificado al lector y hacerlo pensar. Ningún escritor que ame este oficio quiere menos. Yo apelo a las buenas y malas artes para conseguirlo. De todos modos nada de lo que he escrito es lo suficientemente bueno aún como la paliza que imagino, en la escena de la lectura. Prefiero, en resumen, la escritura que esté tan bien escrita que te olvides de que está formada de palabras, que sea una música que te penetre hasta hacerte estallar de alegría, de odio o cualquier otro éxtasis.

Cristina Higueras: Personalmente prefiero una historia parecida a la vida misma que golpea cuando menos te lo esperas, que irrumpe en lo cotidiano, entre la gente corriente, como he escrito en “El extraño del Ayer”, sacudiendo y diciéndole al lector que nadie está a salvo. En los escenarios apocalípticos, como en “La Carretera” de  Cormac McCarthy o en “El corazón de las tinieblas” de Conrad, lo que destaca es la brutalidad, cantidad y variedad de esos golpes porque el marco mismo te aboca a ellos: no hay escape. En mi novela hay dos planos: uno siniestro, sórdido, oscuro y truculento, y otro costumbrista, luminoso y cotidiano que coexisten y forman parte de la misma realidad.

David Llorente: En la novela es mejor ganar a los puntos.

James Carol: My books are sometimes described as being too graphic. I don’t know if I agree with that. Dark yes, but not graphic. Rather than describing a violent scene in detail,  I try to suggest a situation then let the reader fill in the details for themselves. The things that you can conjure up with your own imagination are always going to be way darker than anything anyone writes in a book. The fact that so many people describe my novels as graphic, tells me that I’m getting it right.

Irene X: Predominan los bajos. En mi escritura los golpes se encuentran en quien los escribe y se reflejan en el texto siempre esperando que el lector en lugar de recibirlos los asuma como una caricia o un movimiento de empatía o comprensión. Un espejo de dolor.

Francisco José Jurado: Me encantan los golpes rotundos que rompen y enrevesan trama y desarrollo argumental. Es más, considero fundamental en nuestro género que se produzcan esos giros, esos zigzagueos narrativos que forman el laberinto en el cual le gusta perderse al lector. Ese sendero complejo de cientos de páginas en las que , como decía Hammett, "nada es lo que parece"; pero todo debe ser coherente con lo que llevas contado desde la página inicial. Todo debe funcionar como el engranaje de un reloj. No debe haber trucos de la tía Ágata. 
Y debemos evitar los golpes bajos, que pegar por debajo de la cintura está muy feo y duelen las zonas blandas.
A nosotros nos pagan por otra cosa, compañeros.     
Por ser relojeros. Noble y artesano oficio. No lo olvidemos.

José María García: Espero que en las sorpresas reveladoras. Los golpes bajos, en los personajes y situaciones acordes. Los golpes de efecto, bajo la ironía o la farsa. Todo esto, lejos de las peligrosas tonterías de Marinetti.

Ignacio del Valle: Ya tenemos a Frazier para dar clases magistrales sobre boxeo, yo prefiero sentarme a tu lado, sonreír y dedicarme a retorcerte el corazón página a página.  

Arturo Maciá: Me gusta crear adicción en el lector atrapándolo tanto con los personajes como con la historia que están viviendo. Esos son mis golpes constantes. Pero, también me gusta mucho mantener cierta dosis de intriga latente para, en algunos momentos, realizar un giro importante en la historia. Me puedo servir de ambos, pero prefiero los de efecto.

Jose Luis Miragaya: Exprimiendo y retorciendo la realidad puedes lograr golpes de efectos. en todo caso, escribiendo es difícil lograr golpes de efecto mayores que los que producen los telediarios todos los días.

Marcelo Luján: Golpear. Saber golpear. Preparar al lector para que ese golpe tenga el efecto deseado, el K.O. demoledor, no el gratuito y anunciado y bajo. Golpear bajo, jugar con el llanto, es el modo más cretino y simplista que ofrece una disciplina artística. La sorpresa suele ser una buena hermana del golpe certero. Cada frase que escribimos, todos los párrafos y todos los diálogos, tienen que cumplir una función y tienen que ser útiles. No tiene apenas valor el acumular páginas con el único –y pobre- objetivo de engordar la historia. Juan José Saer lo sabía y lo dejó claro en varios textos del libro “El concepto de ficción”. Las escenas no pueden acoplarse a la extensión porque la extensión debe ser un elemento secundario. Lo más importante es la historia que queremos contar. Y que todo desemboque en el buen golpe. Y el buen golpe será, entonces, el final del camino.

Elia Barceló: Gracioso que Marinetti se molestara en explicar con tanta vehemencia lo que querían hacer y luego no lo hicieran. Otros hablamos menos de nuestras intenciones y escribimos más.
En mi caso uso sobre todo los golpes que se dan los personajes entre sí por culpa de los malentendidos. Muchas de las cosas terribles que pasan en mis novelas son o por pura mala suerte, como en la vida real, o porque alguien –a veces incluso con muy buena intención- malinterpreta los deseos o las palabras de otro, o no entiende una situación, o no recibe una carta a tiempo y actúa de la peor forma posible basándose en hechos falsos. A veces, hablando con lectores de mis novelas, alguien me pregunta: “Pero ¿por qué le haces esto tan horrible a un personaje tan encantador?”. Es lo que pasa todos los días en la realidad. Ser encantador no te garantiza nada.

Javier Hernández: En una realidad creíble y fácil de reconocer. Aderezada con los artificios de la ironía y el cinismo sin los cuáles es complicado que los lectores puedan soportar el estado de desafección social.

Noemí G. Sabugal: Hasta ahora, los ha habido de todo tipo. Más bajos que de efecto, pero sobre todo golpes emocionales. Creo que a través de ellos se producen los cambios en los personajes y la catarsis en el lector, aunque esto último tal vez sea mucho decir.

Paco Gómez Escribano: Mucho ojo con esto, porque cada generación ha querido cambiar la forma de escribir o contar las cosas. Algunos lo han conseguido y otros han sido mero inventos chapuceros. No quiero dar nombres para no herir susceptibilidades. Creo más en los golpes de tuerca que en las revoluciones. Lo que han dicho de mi escritura, del momento en que ahora me encuentro, es que tengo mucha fuerza narrativa. Lo que vais a encontrar en mis novelas (sobre todo en las últimas) es información de primera mano de un submundo que no siempre se ha tratado con el suficiente acierto, sobre todo en España. Yo intento hacerlo, incidir en crear personajes que no son hermanitas de la caridad precisamente; procuro crear tramas sencillas, que resulten creíbles, en las que no me interesan para nada las investigaciones policiales y sí los mundos internos de los personajes, sus motivaciones y su razones para ser lo que son, presentándolos a través de diálogos intensos y fuertes y de escenas de estas que dejen perplejo al lector.

Selva Almada: No me gustan ni los golpes bajos ni los golpes de efecto... no me gusta hablar de golpes en la escritura sino más bien de ritmo: por momentos ese ritmo puede ser un chirrido que te hace doler los dientes y por otros apenas el rumor del viento y entre estos dos extremos debe oscilar tratando de sacarle al texto todos los tonos posibles.

Santi Blasco: No soy muy pródigo en violencia. Cuando la utilizo suele ser como un recurso inesperado, algo absurdo que no viene a cuento. Sin duda son golpes bajos de efecto.

Loyds: Mis golpes están ahí, todo el tiempo, esperando a que bajes la guardia, y son mucho más efectivos a través del sarcasmo y del cinismo.

Jorge Yaco: A  mi modo de ver solo hay pequeños golpes de trama, que actúan por acumulación.

Luis García Jambrina: Reconozco que tengo cierta debilidad por los golpes de efecto. Por lo demás, está muy presente la violencia, tanto la represora como la liberadora. También como forma de expresión, muy ligada a las emociones, los deseos y los sentimientos. Esta puede adoptar muchas formas; unas veces está reprimida y solapada y otras aparece brutal y desbocada. Unas veces es física y otras, solo psicológica, que a la larga puede ser más dañina.

Tatiana Goransky: No estoy muy cómoda con estas únicas dos posibilidades. Si nos movemos en esa dicotomía, tengo que decir que la muerte de los niños en “Ball Boy” es un golpe bajo, mientras que la repetición de la escena de violación en “Lulúpe María T”, es uno de efecto. Y así, ni bien lo digo (ni bien lo escribo), me suena que no es cierto. Creo que en mis textos los “golpes” se generan mucho más por acumulación que por cualquier otro recurso. Así, puede ser que el lector se encuentre más golpeado por una atmósfera asfixiante que por el estrangulamiento de un personaje.

Rodolfo Santullo: Creo fervientemente en la construcción de una historia y de un clima que desemboque en el golpe. El golpe de efecto, para ser preciso. Me desagradan profundamente los golpes bajos en la escritura (o en el cine o en la historieta, ya puestos).

Félix G. Modroño: Se requiere ser un púgil completo para no decepcionar a los espectadores que acuden a tu novela. Si es necesario, incluso hay que recurrir a golpes bajos tratando de evitar que el lector descubra la trampa. En cualquier caso, lo que intento es tener un estilo propio. Considero que lo más importante para un narrador es encontrar su propia voz y que esta sea reconocida por sus lectores. 

Juana Salabert: Teniendo en cuenta la deriva fascista de cierto futurismo, es lógica la mención a las bofetadas y puñetazos... abomino de esa concepción. Yo no golpeo al escribir, yo indago y encuentro. Los golpes bajos y de efecto están en la realidad diaria y en los titulares de prensa. En las maquinaciones de los mercados, por ejemplo.

David Barreiro: Quiero creer que son golpes bajos, pero no puedo evitar algún golpe de efecto por más que intente ocultarlo. A veces se escapan, todos queremos epatar.

Alexis Ravelo: Espero que, sobre todo, en el mismo lenguaje. No me gusta el excesivo número de golpes de efecto, que estimo más conveniente en cine o ficción televisiva. Para una buena novela bastan uno o dos buenos giros argumentales. He notado que cuando los autores literarios emplean más, eso les impide desarrollar a los personajes y les hace truncar tramas con mucho potencial. Así que los golpes de efecto, en literatura, los prefiero en el estilo. Cada párrafo, cada frase, debería ser un golpe, un puñetazo. 

Santiago ÁlvarezCreo que en la ficción moderna se abusa (por mala herencia norteamericana) de la sorpresa y los golpes de efecto. Me parecen mucho más interesantes los "momentos de comprensión", como los llama John Garner, aquellos giros de la trama que se convierten en revelaciones para los personajes y lectores al mismo tiempo. El autor debe descubrir estas epifanías y comprenderlas primero, claro, y eso requiere tiempo. Creo que la buena ficción requiere una cocción lenta.

Jordi Llobregat: Suelo jugar con ambas cosas. Lo importante: golpear al lector "bien duro" :)


Esto es Semana Negra... ¡y sigue!